Nadie sabe decir cómo comenzó el incendio de Pedrógão Grande que devastó el interior de Portugal hace un año. La Policía Judicial lusa afirmó que un rayo errante había provocado el desastre, pero luego un informe gubernamental señalo a un cable de alta tensión caído como el culpable. Supervivientes de la tragedia aseguran que las llamas fueron provocadas por algún loco, o tal vez por el poderoso cartel de los madereros, que compra la leña quemada a precio de saldo.
Nadie sabe explicar qué hizo saltar las chispas aquella tarde del 17 de junio, pero todos coinciden en lo que pasó después. En pocas horas el pequeño fuego inicial se convirtió en un ‘huracán de llamas’ que consumió todo aquello que encontró por su camino.
Cuando los bomberos finalmente consiguieron dominar el incendio, siete días después, habían ardido medio millar de casas y 53.000 hectáreas de territorio luso. El fuego se había cobrado la vida a 64 personas y dejado 254 heridos. El incendio de Pedrógão Grande se confirmaba como el mayor de la historia de Portugal, y el desastre natural más mortífero de la historia reciente de Europa.
‘Bolas de fuego’ caídas del cielo
El sábado que comenzó el incendio Paulo Renato, comandante de los Bomberos Voluntarios de la villa de Figueiró dos Vinhos, tenía a sus efectivos en alerta por las altas temperaturas, que superaban los 40º.
“A eso de las 20h saltaron alertas en 10 sitios diferentes y no teníamos medios para llegar a todos. Las condiciones atmosféricas eran opresivas, creando un efecto horno que atapaba el humo. No nos percatamos de la dimensión del incendio hasta más tarde, al pasar las horas y no llegar relevos”.
Los supervivientes aseguran que esa noche un “huracán de llamas” atravesó la zona. “Parecía un bombardeo”, recuerda Filomena Sousa, vecina de Pedrógão Grande que dice haber visto “bolas de fuego” caer del cielo. “El sonido era terrible, era casi como si estuviera rugiendo, y se escuchaban explosiones en la distancia”.

El avance descontrolado del fuego sembró el pánico entre la población, y los bomberos voluntarios recibieron llamadas desesperadas de familiares en aldeas cercadas por las llamas.
“En condiciones normales les habríamos relevado para ir hasta ahí, pero las circunstancias lo tornaron imposible”, afirma el comandante, que pasó las siguientes 52 al mando. “Ni uno abandonó el frente. Están para luchar para el próximo, aunque eso implique no sacrificar sus seres queridos”.
Huida hacia la ‘carretera de la muerte’
La desesperación hizo que muchos habitantes tomaran la decisión fatal de huir de la zona a través de la N236-1, carretera que liga Figueiró dos Vinhos con Castanheira da Pera. Los bomberos de la zona habían contactado con la Guardia Nacional Republicana (GNR) para avisar que las llamas habían alcanzado la autopista/carretera, pero por algún motivo los agentes no cortaron el acceso a la vía.

Con visibilidad prácticamente nula, decenas de personas se adentraron en la que posteriormente sería denominada la “Carretera de la Muerte”, una ratonera de fuego donde la intensidad del calor era tal que derritió el metal de los coches y el alquitrán de la vía.
La mayoría de las 47 víctimas de la N236-1 ni si quiera consiguieron salir de sus coches antes de fallecer, y familias enteras fueron halladas carbonizadas, entre ellos los Machado, cuyo hijo de dos años de edad, Martím, fue la víctima más joven de la tragedia. En otros vehículos, como el de Anabela Aráujo, los forenses encontraron objetos que evidencian una fuga desesperada: junto a su cuerpo se encontraron todos los objetos de oro que poseía y 30.000 euros en billetes quemados.
Gestión polémica
Valdemar Gomes, alcalde de Pedrógão Grande, estaba en el centro de operaciones montado en el Ayuntamiento del municipio cuando llegaron las primeras noticias sobre las muertes.
“Los operativos de la Autoridad Nacional de Protección Civil [una de las entidades a cargo de la lucha contra los incendios en Portugal] tomaron el mando. Estaban confiados, listos para ejecutar teorías operacionales, pero cuando empezaron a llegar alertas sobre los primeros muertos se quedaron pálidos y fueron incapaces de tomar decisiones”.

Era el principio de una semana infernal en la que la que quedó patente que el sistema portugués de operaciones había fallado. La falta de una clara estructura de mando complicó la gestión, mientras que la falta de medios impidió la labor de los miles de bomberos movilizados desde todo el país. El sistema de comunicación para emergencias fallaba sistemáticamente, obstaculizando la coordinación entre los efectivos, factor que el informe independiente sobre la catástrofe concluye que facilitó la propagación de las llamas.
Extinguido el incendio, surgieron preguntas sobre la gestión del incendio por parte del Gobierno de António Costa y la ministra de Administración Interna, Constança Urbano de Sousa. La muerte de 64 personas en un incendio en un Estado europeo era un escándalo y surgieron voces reclamando la dimisión de la ministra. El presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, evitó presionar a Costa hasta que nuevos fuegos devastaron el centro del país dejando 50 muertos el pasado octubre. El jefe del Estado le dio un ultimátum a Costa: o cesaba a la ministra y abría un nuevo ciclo en la lucha contra los incendios, o se convocaban elecciones.
Urbano de Sousa dimitió y Costa anunció un ambicioso paquete de medidas centrado en la prevención, la gestión forestal, y la reforma de la estructura operacional antiincendios. Su Gobierno también se comprometió a crear nuevos equipos especializados en la lucha contra el fuego y ampliar los medios disponibles para los efectivos.
¿Papel mojado?
Muchas de las medidas aprobadas por Costa –especialmente las relacionadas con el ordenamiento de los bosques– tardarán tiempo en dar resultados. Otras, como las que penalizan a quienes no se ocupan de la limpieza de sus terrenos, parecen estar condenadas al fracaso debido a la falta de fiscalización de las mismas.

Siguen faltando medios, no sólo en Figueiró dos Vinhos –donde Renato ríe que “faltaron, faltan y siempre faltarán”–, sino por todo el país. A mediados de mayo muchos GIPS, los equipos especializados en la lucha antiincendios, ni siquiera contaban con guantes, y a día de hoy siguen faltando depósitos de agua móviles esenciales.
Tampoco se ha aclarado la estructura operacional de la lucha contra los incendios, algo que preocupa al regidor Gomes, que pide que el Ejército se haga cargo de Protección Civil. “Hasta que eso no ocurra quien mandará en mi municipio seré yo. No volveré a aceptar la ayuda de quienes apenas vinieron para airear sus uniformes”.
Deseo de olvido
Un año después, muchos supervivientes solo quieren olvidar lo acontecido, pero los rastros de la tragedia son ineludibles.
Aunque un invierno inusualmente largo y lluvioso ha hecho que la vegetación rebrote, lo verde crece entre los bosques de árboles calcinados que conforman un paisaje que aparece estar de luto. Los residentes circulan entre pequeñas cruces que marcan los sitios donde fueron hallados los restos de vecinos que murieron en el incendio y atraviesan los mismos desvíos forestales por los que huyeron familias de las que nunca más se supo. El Estado ha repavimentado la N236-1 y reemplazado las señales viarias dañadas en la autopista que cruza la zona, pero en las aldeas más aisladas las placas siguen ennegrecidas.

En Nodeirinho murieron 11 de los 20 habitantes de la aldea, y quienes sobrevivieron lo hicieron sumergidos en un tanque de agua durante la primera noche del incendio. Uno de ellos, un hombre de edad media que perdió a su hijo en el desastre, confiesa que ahora la vista de esa tanque, como la del memorial a las víctimas que se ha erigido en el solar frente a su casa, le tortura a diario.
“Lo que muchos de nosotros queremos es olvidar todo esto”, murmura angustiado. “El día del aniversario volverá el circo político, pero después, ¿qué? Quieren que reconstruyamos nuestras vidas, pero cómo seguimos sin las personas, por no hablar de las cosas prácticas que ardieron en el fuego, los campos de cultivo, las máquinas para hacer la colecta. Ya de por sí teníamos poco, y ahora no tenemos nada”.
Una versión editada de este reportaje fue publicado en el diario EL MUNDO, en su edición del 17 de junio de 2018.